domingo, 10 de abril de 2011

Este chiquillo no nos escucha

- "¡Vicente!, ¡Vicente!... ¿Vicente?... ", Me repetía, insistía y volvía a insistir mi madre, mientras yo, de espaldas a ella y de frente al refrigerador, daba la impresión de, efectivamente no darme cuenta que hacía ya varios minutos de que no respondía a los contínuos cariños y atenciones que mis padres tenían conmigo.

- Visente, - así pronunciaba mi Madre el nombre de mi Padre-, este chiquillo no nos escucha. Tengo mucho miedo, a ver si va a estar sordo... Todavía no ha cumplido 6 años y cada vez nos hace menos caso...

- Ana María, (así llamaba mi padre a mi madre) pero si eso es muy fácil de averiguar, -sentenció mi padre-: lo subimos a uno de mis colegas otorrinos que hay en este mismo portal (en el edificio de viviendas donde viviamos, habia cuatro o cinco médicos con sus respectivas consultas privadas, entre ellos, mi Padre,que era oculista), y salimos de dudas inmediatamente.

Así que al día siguiente me vi en la consulta de uno de los vecinos y colegas de mi padre metíendome ese desagradable cono negro  con una deslumbrante y minúscula luz por el oído, para hacerme una inspección de los tímpanos que explicaran mi falta de respuesta a los estímulos auditivos que mis padres continuamente veían frustrados al no hacerles ni caso cuando me llamaban.

No recuerdo bien la conversación, pero me dio la impresión que el doctor, al no haber una infección o defecto visualmente detectable, debió achacar a la mera suciedad típica en los niños que se meten de todo por los oídos el posible hecho de no tener una buena audición. Quizás ese exceso de cera era el culpable de ello, o quizás no. El hecho es que a las pocas semanas, bajo la recomenación del doctor-vecino.colega-otorrinolaringólogo, mis padres organizaron una visita a una clínica quirúrgica especializada para "operarme de los oídos". Aquello sí que sonaba grave y recuerdo incluso haberme preocupado, o al menos, intrigado por todo aquello. Se me antojaba una aventura, aunque no entendía muy bien qué implicaciones tenía para mí eso de estar "enfermito de los oídos"

Así que al poco tiempo, tomé el tren con destino a Barcelona para aquella mi primera aventura viajera. Recuerdo perfectamente que fuimos mi madre y yo en un vagón, de los que por dentro todavía estaba compartimentado. Estaba por dentro todo hecho de madera, y la verdad, me resultó cómodo. Supongo que me echaría a dormir todo el viaje, que por entonces debía ser bastante largo.

Llegamos al hospital y allí me hicieron ponerme en una cama que me pareció gigantesca. Dormí toda la noche algo preocupado y a la mañana siguiente, recuerdo que me pincharon con una jeringuilla (las odiaba, las odio y siguen dándome mareos solo de verlas). Cuando más tarde me desperté, noté una sensación extraña. Algo me presionaba las orejas. Eran sendos esparadrapos con algodón en cada una de ellas, que, ahora sí, me impedían oir con claridad. Miré a mi alrededor y allí estaba mi madre observándome. Cuando ella se dió cuenta que ya había vuelto en mí tras lo que después me indicaron que fue una intervenciónen un quirófano, se dirigío visiblemente preocuada a mí y me dijo....

- ¿me oyes? ¿me puedes oir, hijo mío?
- Mamá, claro que te oigo, como siempre. Bueno, ahora un poco raro por esto que tengo aquí.
- No te preocupes, esos esparadrapos te los ha puesto el médico. Vamos a ver si es verdad que oyes bien.

Ella se levantó de la silla y se acercó a la televisión que allí había y trató de conectarla. Pero no logró hacerla funcionar, pese a haber pulsado el botón correcto.

Así que ella, determinada, salió a pedir ayuda a alguna enfermera. Regresó casi de inmediato con cara de interrogación, y echando mano a su monedero. En realidad, hacía falta echar unas monedas a un aparatito que había detrás del receptor de TV para que estuviera un rato conectado. "estos catalanes... "- murmuró de forma simpática. El televisor se encendió y comenzó a salir un señor hablando, en lo que resultaron ser los servicios territoriales de TVE en Cataluña.

- ¿Puedes oir también el televisor así de bajito (por el volumen limitado)?.

- Sí mamá, lo oigo perfectamente, pero no entiendo mucho. ¿En qué habla ese señor?.

- Ah, claro. Está hablando en catalán. Fíjate y verás como lo entiendes. Es muy parecido a lo que nos escuchas hablar a tu padre y a mí entre nosotros y tus abuelos, pero con  otra forma de decir las frases y las palabras.

- Es verdad mamá, lo entiendo, pero no me gusta como suena.

- A mí tampoco, Vicente.


Lo último que recuerdo de ese viaje es que al salir del hospital, me emperré es que quería un juguete. Pensé que si en mi cuidad alrededor de mi casa había tres jugueterías en las que me distraía viendo los escaparates e imaginando cómo sería jugar con cada una de esas llamativas cosas llenas de color, lo de Barcelona debía ser la repera. Con lo grande que era Barcelona por lo que me habían dicho, debía encontrar cientos y cientos de jugueterías y miles y miles de Juguetes en ellas. Pero no. Mi madre me sacó a dar un paseo por los alrededores y lo único que pudimos encontrar era un Galerías Preciados donde mi madre, desesperada, le pidió al dependiente que le ayudara a encontrar algo que me gustara. Conseguí llevarme un modelo en minuatura de un coche mercedes, y mi madre le compró también un traje de sueca, con zuecos y todo , a mi hermana mayor.
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Han pasado 35 años desde entonces. Siempre he tenido conciencia de aquel episodio. yo tenía 6 años recién cumplidos. A mi madre le continúa asombrando la claridad con la que recuerdo aquel pasaje y otros de mi niñez. Y lo mejor de todo es que recuerdo perfectamente porqué yo no respondía mis padres cuando me llamaban.... aunque les oyera perfectamente.

El día de la conversación que describo al principio, yo estaba de espaldas a mis padres y de frente al refrigerador, sí. Y estaba ocupado... pensando e imaginando.

En el refrigerador había "pegados" unos imanes, como los que hoy en día todavía se utilizan para adornar o sujetar papeles y facturas en las puertas de la nevera. Yo llevaba un buen rato absorto manipulando, observando y experimentando con esos artefactos...¿porqué no se caían al suelo como el resto de las cosas?, ¿donde estaba el "pegamento" que los sujetaba a la puerta del refrigerador?, ¿Porqué no se sujetaban ni a la pared, ni al suelo, ni a la mesa camilla de madera, ni en mi cara?. ¿Porqué no estaban calientes ni fríos?

¿Porqué uno notaba la fuerza del imán cuando lo acercaba lo suficiente a la puerta, pero no si lo alejaba solo un poquito más? ¿De dónde salía esa fuerza? ¿Si eso era un dispositivo, como el Scalextrix. el ibertren, o lo que fuera que sea... de dónde sacaba la fuerza para pegarse? ¿Donde tenía las pilas? ¿Porqué llevaban ahí desde siempre y nunca se caían?.


Yo estaba tocando con mis dedos la puerta del refrigerador , mirándolo cuidadosamente de cerca a ver si descubría cuál era el truco, haciéndome todas esas preguntas, cuando mi madre, agarrándome suavemente un brazo dijo:

- "Visente, este chiquillo no nos escucha"

1 comentario:

  1. Me ha encantado leer y conozco perfectamente esa mirada que tienes cuando estás perdido en tus pensamientos...
    un abrazo fuertísimo.
    - Karen

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